Título: Un paseo por el bosque
Autor: Bill Bryson
Año de publicación: 2014
Editorial: RBA
ISBN: 978-84-9056-374-8
ISBN: 978-84-9056-374-8
Páginas: 366
Título original: A Walk in the Woods
Año de publicación original: 1997
Sinopsis: Con casi 3.500 km de longitud, el sendero de los Montes Apalaches es el camino pedestre más largo del mundo.
Discurre por el este de Norteamérica a lo largo de catorce estados, desde Maine hasta Georgia, y atraviesa algunos de
los paisajes más indescriptiblemente bellos del continente.
Sin apenas experiencia en senderismo, desafiando las
adversidades meteorológicas y geográficas, y menoscabando el peligro de una fauna hostil (desde el improbable oso
americano hasta el amenazado mejillón de agua dulce), el socarrón Bill Bryson decide emprender el camino acompañado
únicamente de su ácida capacidad descriptiva, una mochila cargada de cosas inútiles y su tosco amigo Katz, cuya forma
física es incluso más lamentable que la suya propia.
En esta ocasión antes de hablar del libro en si es necesario hacer una pequeña introducción sobre el autor. Bill Bryson es un escritor británico brillante, cuya obra se divide en libros de divulgación científica, sobre la lengua inglesa, y mis preferidos: sobre viajes. A pesar de haber nacido en Estados Unidos ha vivido la mayor parte de su vida en Inglaterra, lo que le hace poseedor de ese humor tan inglés que a mi tanto me gusta.
La mayor parte de sus libros son bestseller a nivel mundial pero, como no podía ser de otra manera, apenas hay un puñado de ellos traducidos al castellano. No os puedo explicar lo mucho que me emocioné hace un par de meses cuando sin previo aviso me topé con "Un paseo por el bosque" en la librería. ¿Un libro de Bryson que desconocía? ¿Cómo? Y es que resulta que RBA, además de reeditar los títulos ya existentes en castellano, había traducido éste por primera vez (Ole tú, RBA!), así que rauda y veloz me hice con él y, como me esperaba, no me decepcionó.
En esta novela Bryson nos cuenta como decidió, sin estar siquiera mínimamente preparado, atreverse a iniciar el Sendero de los Apalaches. En principio pensaba hacerlo solo (pobre insensato) pero a última hora se le unió su amigo Katz, quien nos asegurará muchas risas en el transcurso del viaje. Ese es el motivo principal de mi amor hacia Byrson y es lo que, para mi, marca la diferencia en este tipo de novelas: las risas. No puedes evitar sufrir, indignarte, maravillarte y reirte con él, porque además de un montón de información que desconocías hasta el momento, las anécdotas de este par de personajes a través de ese tortuoso camino te harán sentirte muy afortunado de encontrarte en un sillón mullidito tranquilamente con tu libro mientras que al mismo tiempo notarás como te invade una inmensa envidia por no estar allí viviendo esa aventura en su lugar a pesar de tener que sufrir las inclemencias meteorológicas.
Una de las cosas que pensé al terminar el libro es que se escribió en 1997, lo que me hace preguntarme cuantos cambios no habrá sufrido el Sendero en estos casi veinte años a pesar de que Bryson diga que ha permanecido prácaticamente igual desde su creación en 1923. La verdad es que después de esta lectura me gustaría ir y comprobarlo por mi misma.
Siempre que leo acostumbro a ir marcando los fragmentos que más me gusten o que me llamen la atención con pequeños post-its de colores. De todos los que tiene este libro he decidido compartir éste:
Las Smokies son famosas por sus osos. Se calcula que en el parque viven entre 400 y 600 osos negros, un número no muy elevado pero que resulta un problema crónico porque muchos de ellos le han perdido el miedo al ser humano. Cada año pasan por las Smokies casi nueve millones de personas, la mayoria de ellas para hacer un picnic. Eso ha hecho que los osos asocien a la gente con comida. Es más, para ellos los humanos somos criaturas con sobrepeso y tocados con gorras de béisbol que esparcimos enormes cantidades de comida sobre las mesas de acampada y luego gritamos un poquito y salimos corriendo a por la cámara de vídeo cuando el Señor Oso hace acto de presencia para subirse a la mesa y devorar la ensalada de patata y el pastel de chocolate. Dado que al oso no le molesta que lo graben y en general parace no hacer caso a su público, demasiado a menudo algún idiota se le acerca para intentar acariciarle o darle una magdalena. Se sabe de un caso en el que una mujer le untó miel en la mano a su hijo de corta edad para que el oso la lamiese ante la cámara. El oso, que no sabía lo que se esperaba de él, se comió la mano del niño.
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